De buena gana, dejé el campo de los enfrentamientos sangrientos, junto con todos los demás, para cumplir con mis obligaciones como ciudadano. No tardé mucho en darme cuenta que teníamos malos hábitos, costumbres y tradiciones no mucho mejores que las de la esclavitud en sus peores días, e incluso mucho más tiranas. Mi sueño estaba arruinado, de día y de noche veía legiones de hombres y mujeres tambaleándose de atrás adelante, gritando ser liberados de los hábitos de las drogas y el alcohol. Mi corazón se estremecía, mi cerebro no podía descansar ni de día ni de noche, al ver al hombre creado a imagen de su Creador, ser tratado con tan poco respeto por el hombre. Vi a hombres y mujeres ser tratados con drogas que mostraban los colmillos venenosos de la serpiente de la adicción, que estaba tan segura de comerse a su víctima como una piedra de volver al suelo después de ser lanzada al aire. Soñaba con la muerte de todos los que eran y han sido esclavos de la adicción. Fui en busca de la causa de tanta muerte, sumisión y dolor en mi raza. Y encontré que la causa eran nuestras “Escuelas de Medicina”. Vi que aquel que daba la primera dosis persuasiva , era también un ejemplo de la adicción a las drogas y al alcohol, y era una forma titubeante de la naturaleza humana, atrapado sin ninguna esperanza, en la cola de la serpiente. Gritaba en vano; si alguien podía liberarle de esta serpiente que me ha privado de todas mis libertades y de mi alegría y de la de mis seres queridos. En la agonía se su alma decía:
“ojalá fuera tan libre como el negro para cuya libertad me he tenido que enfrentar al mortal cañón durante tres largos años”.
Oh!, se pregunta uno, ¿y quién está cultivando este hábito de las drogas y el alcohol?, “puedo dejar a mi dueño cada vez que quiera, pero el negro no podría, porque la ley le coloca a él como esclavo, con las caderas al desnudo, con perros de caza y pistolas, para torturarle hasta que obedezca; y yo soy libre de elegir si quiero usar las drogas o de dejarlas cuando yo quiera.”
Si marcas su espalda con un tiza, pronto verás que está buscando una farmacia porque no es encuentra bien. Ha cogido un resfriado y dice:
“Mi mujer pertenece a la iglesia, y las reuniones se alargan hasta muy tarde, y las salas están tan calientes, que cogí frío mientras volvía a casa, y creo que debería tomar algo.”
El farmacéutico dice: “Profesor, creo que un poco de pimienta de Jamaica y un poco del centeno de siempre, es lo que pondrá bien.”
“Bien, creo que lo probaré; aunque siga odiando ir a la iglesia apestando a whisky”.
Y el farmacéutico le responde, “Mastica un poco de clavo y semillas de cardamomo y eso te quitará el olor a whisky.”
Pronto la iglesia acaba su sesión nocturna, pero al Profesor que le sigue doliendo la espalda dice. “Estuve toda la noche persiguiendo a un zorro, y cogí más frío”. Y haciéndole un guiño al farmacéutico le dice “ponme lo mismo que el otro día, y de paso dame media pinta para mi abuelita.”
Estas situaciones cada vez me molestaban más. Puesto que ya tenía alguna experiencia en aliviar el dolor, me encontré con que la medicina era un fracaso.
Andrew Taylor Still
"Autobiografía" (1908) cap VI.